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REFLEXIONES INVERNALES EN
OTOÑO. SOBRE PSICOANÁLISIS DE
LOS VÍNCULOS TEMPRANOS
WINTERLY REFLECTIONS IN AUTUMN. ON THE
PSYCHOANALYSIS OF EARLY BONDS
REFLEXÕES DO INVERNO NO OUTONO.
SOBRE PSICANÁLISE DOS VÍNCULOS PRECOCES
Miguel Cherro Aguerre
Academia Nacional de Medicina
Montevideo, Uruguay
Correo electrónico: mcherroaguerre@gmail.com
ORCID: 0000-0002-5390-181X
Recibido: 14/1/2022
Aceptado: 12/4/2022
Equinoccio. Revista de psicoterapia psicoanalítica, 3
(1), enero-mayo 2022, pp. 11-29.
ISSN: 2730-4833 (papel), 2730-4957 (en línea). DOI: doi.org/10.53693/ERPPA/e3.1.2
Para citar este artículo / To reference this article / Para citar este artigo
CHERRO AGUERRE, M. (2022). Reflexiones invernales en otoño. Sobre psicoanálisis de
los vínculos tempranos.
Equinoccio. Revista de psicoterapia psicoanalítica, 3
(1), 11-29.
DOI: doi.org/10.53693/ERPPA/e3.1.2
Creative Commons Reconocimiento 4.0 Internacional (CC BY 4.0)
Equinoccio. Revista de psicoterapia psicoanalítica - Vol. , N.o 1
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Resumen
El trabajo parte de una circunstancia personal en el recorrido profesional y aca-
démico del autor. Propone una reflexión sobre un tema sustancial de ese trayecto que
implica una manera de concebir lo psíquico basado en lo interpersonal. Examina en
perspectiva el impacto de la teoría del apego y señala su valor para los nuevos psico-
terapeutas: como clínicos, por la continuidad patológica de los diferentes trastornos,
y como agentes de prevención, porque brinda herramientas para la promoción de un
desarrollo saludable. La teoría del apego se vincula con la teoría psicoanalítica y con
la observación clínica rigurosa, destacando el acercamiento necesario, aunque también
resistido, entre ciencia y psicoanálisis.
Palabras clave: teoría del apego, mentalización, regulación emocional, investigación.
Abstract
This paper originates from a personal circumstance in the author’s professional
and academic journey. It proposes a reflection on a substantial theme that entails
a way of conceiving the psychic based on the interpersonal. The paper examines
in perspective the impact of attachment theory and points out its value for new
psychotherapists: as clinicians, given the pathological continuity of many disorders,
and as preventive agents, as it provides tools for the promotion of a healthy
development. Attachment theory is linked to psychoanalytic theory and rigorous
clinical observation, highlighting the necessary, but oftentimes resisted, proximity
between science and psychoanalysis.
Keywords: attachment theory, mentalization, emotional regulation, research.
Resumo
O trabalho inicia a partir de uma circunstância pessoal na trajetória profissional
e acadêmica do autor. Propõe uma reflexão sobre um assunto essencial dessa
trajetória que acarreta uma forma de conceber o psíquico com base no interpessoal.
Analisa em perspectiva o impacto da teoria do apego e indica seu valor para os
novos psicoterapeutas: como clínicos, pela continuidade patológica dos diferentes
transtornos, e como agentes de prevenção, porque fornece ferramentas para promover
um desenvolvimento saudável. A teoria do apego está ligada à teoria psicanalítica e à
observação clínica rigorosa, destacando a aproximação necessária, embora também
resistida entre ciência e psicanálise.
Palavras-chave: teoria do apego, mentalização, regulação emocional, pesquisa.
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A pesar de que hace cinco años me retiré de la práctica, la propuesta
de escribir para Equinoccio, la revista de audepp, sobre la formación en
psicoanálisis de los vínculos tempranos me resultó un desafío atractivo
para repasar, con espíritu crítico, mi experiencia de tantos años, primero
como paciente, concomitantemente como estudiante y luego como psi-
coterapeuta psicoanalítico.
Tuve cuatro análisis, el primero en grupo, el segundo individual, el
tercero didáctico y el cuarto, que considero sin duda mi experiencia psi-
coanalítica determinante, fue el que me provocó las reflexiones más pro-
fundas sobre este y otros temas relacionados.
A mis veinte años estudiaba en la Facultad de Humanidades con
un grupo de amigos: Marcos Lijstenstein, Alejandro Paternain, Renzo el
Canario Pi Hugarte y Héctor Tato Galmés. En aquel momento nuestra
afición a los contrapuntos improvisados de los payadores nos indujo a
reproducir en vivo sus media letras (Cherro Aguerre, 2020). Pocos años
después, en el Teatro El Galpón, viví una experiencia parecida al realizar
improvisaciones teatrales.
Ambas situaciones imponen condicionantes similares: uno debe
adaptarse al pie que brindó quien intervino antes y dejar abierta la posibi-
lidad para que quien participe después tenga margen de acción. Cuando
está bien lograda constituye una creación colectiva hermosa. Para con-
seguirlo uno debe despojarse de cualquier plan preconcebido que traiga
antes de empezar la experiencia y prestarse con ductilidad a engancharse
en otro que surja de forma espontánea a partir de las propuestas de quie-
nes intervienen. Hay en esto una dimensión que implica despojarse de
una idea personal para someterse a un planteo colectivo consensuado.
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En la medida que cada integrante logre adoptar esta actitud verdadera-
mente gregaria y de equipo, se consigue una creación compartida.
Años después frecuenté, inducido por el entrañable maestro Prego
Silva, la lectura de Donald W. Winnicott (1969a, 1969b, 1969c, 1972a,
1972b, 1974a, 1974b) y tomé su modelo de trabajo como referencia al
leer varias de sus obras. Mi facilidad para el dibujo y su atractiva propues-
ta de los squiggles (garabatos) (Winnicott, 1971) me indujeron a la errónea
convicción de que yo podía reproducir su experiencia. Resultó un fracaso,
era como ponerme un traje de otra persona que me chingaba por todos
lados.
Comprendí entonces que no se trata de incorporar a ultranza cual-
quier técnica, sino de adaptarla con maleabilidad a nuestra auténtica na-
turaleza, algo relacionado con lo aprendido sobre el verdadero self de
Winnicott. Confirmé esta hipótesis en la psicoterapia de una niña de ocho
años, cuya mamá, muy amiga de quien me la había derivado, era una
desaparecida política. Esa pacientita, que probablemente no había leído
a Winnicott, me propuso, de buenas a primeras, realizar squiggles y doy fe
de que esa fue la única vez que de verdad los pude realizar.
Lo que pretendo decir es que tanto en la improvisación teatral como
en la media letra o en la psicoterapia, primero, uno no puede ponerse ropa
ajena y, segundo, como se dice en el truco, hay que dejar venir. Alguien
me interrumpió cierta vez que usé este símil y agregó, orgulloso de su
contribución: «y ayudar». En la jerga truquera, dejar venir significa espe-
rar la jugada del oponente para luego decidir qué responder. En los tres
ejemplos invocados, la postura que reclamo de todo participante roza la
dimensión de la humildad, imprescindible en muchos órdenes de la vida
y fundamental en un psicoterapeuta. Dejar venir quiere decir no rascar
antes de que pique, no pretender imponerle al paciente nuestra manera de
ver las cosas o la corriente de pensamiento a la cual adherimos, sino es-
perar, sin impaciencia, que explaye sus tribulaciones para intentar luego
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desentrañar con él cuáles son las motivaciones ocultas que puedan estar
en causa.
La corrección que me hicieron, «y ayudar», es una tautología cuando
uno habla de psicoterapia, ya que ese es uno de los objetivos prioritarios
de esta. Pero ¿en qué ayuda la psicoterapia y cómo pueden prepararse los
que pretenden ejercerla?
Los niveles de apoyo que brinda la psicoterapia resultan variados,
pero uno fundamental es reelaborar la calidad de los vínculos, en procu-
ra de establecer, por ejemplo, una relación personal que sea confiable y
protectora. Las que insistieron mucho en esto de promover el cambio de
tónica de la relación establecida con los padres como forma de modificar
las conductas de apego internalizadas por sus hijos fueron Selma Fraiberg
et al. (1975) y Alicia F. Lieberman et al. (2005).
Quien protege, en alguna medida, está dispuesto a correr riesgos para
apoyar a otro ser. Resulta obvio que acompañar a alguien en ese viaje in-
cierto expone a sorpresas e imprevistos, pero para iniciarlo no podemos
munirnos de un mapa de ruta que nos exima del desconcierto. Es nece-
sario compartir auténticamente la incertidumbre de lo que vendrá, hay
que dejar venir, sin prejuicios, sin teorías a priori, en un auténtico estado
de disposición receptiva empática. Yo sabía que en algún momento iba a
tener que usar la palabreja, que en más de una ocasión provocó malestar
en audiencias psicoanalíticas.
Sin embargo, para quienes integramos naturalmente la teoría del ape-
go (Bretherton, 1987; Bowlby, 1969, 1989) al pensamiento psicoanalíti-
co, el vocablo empatía resulta un faro pleno de luminosidades (Gordon,
2009). Porque se trata de ponerse en el lugar del otro sin dejar de ser uno
mismo. El objetivo de nuestro trabajo no es lograr que el otro sea como
nosotros o como nos gustaría haber sido, ni siquiera como le gustaría ser,
sino como lo que auténticamente es o debiera aspirar a ser. Animarse, por
fin, a estar de entre casa. Intentar ser él mismo, sin afeites, sin maquillaje.
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Apenas un sujeto que se debate perennemente por desentrañar con in-
tención genuina si es de verdad el que está de este lado de la imagen que
refleja el espejo o del otro. En definitiva, alguien que enfrenta el manido
dilema: ser (auténtico) o no ser.
Llegados a este punto, cabe preguntarse: ¿hay verdades tangibles?
No podría asegurarlo. ¿Aproximaciones? Digamos que sí. ¿Irrefutables?
No. ¿Probables? Sí. ¿Algunas quizás más que otras? Sí. Estamos, enton-
ces, ¿en el terreno de la mera especulación? La respuesta categórica es:
¡sí! Pero a condición de que seamos con nosotros mismos estrictamente
honestos, ni despiadados ni consentidores, nada más que justos. Sin edul-
corar ni acidular la autocrítica, con una actitud lo más objetiva y rigurosa
posible, de modo que nos permita autoenfrentarnos psicoanalíticamente
dispuestos a procurar vernos tal como somos. Sin olvidar ni menospre-
ciar, como dije antes, una aproximación empática. Porque no debemos
olvidar que la empatía es el pilar fundamental del apego.
En retrospectiva, siento y pienso que muchos de nosotros, los cerca-
nos a mi avanzada edad, por supuesto, constituimos una generación que
se sometió a un tipo de análisis de naturaleza e intencionalidad franca-
mente persecutoria. Es probable que las primeras camadas de psicoa-
nalistas uruguayos, que empezaron leyendo a Melanie Klein antes que a
Sigmund Freud, hayan privilegiado los aspectos esquizoparanoides de la
mente, en los que dicha autora insistió con tanto énfasis.
Demás está decir que años después, en los textos del propio Freud,
ni que hablar en los de Winnicott (1971), en mi cuarto análisis y en
mi trabajo como psicoterapeuta, descubrí la absoluta inutilidad de una
técnica tenazmente persecutoria con respecto a las bondades de una
postura empática en el tratamiento. ¿Y esta asunción basada en qué?
En frecuentar psicoanalistas extranjeros afines al apego, como Serge
Lebovici, Robert Emde, Peter Fonagy, Antoine Guedeney, Juan Miguel
Hoffmann, entre otros, acostumbrados a incorporar las evidencias
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ofrecidas por las investigaciones provenientes de diversas tiendas al
campo del psicoanálisis.
Inicialmente, en consonancia con el rechazo que le expresó a John
Bowlby gran parte de la escuela psicoanalítica, desde ciertas posturas se
intentó desmerecer la teoría describiéndola como meramente etológica
cuando en realidad su creador la definió como un pool de nociones pro-
venientes del psicoanálisis, de la etología, de la psicología del desarrollo
y de las teorías tanto de los sistemas como de los conjuntos.
Aunque pueda resultar extraño concebirlo hoy en día, hubo tiempos
que en el país eran mal vistos los intentos de aproximar el psicoanáli-
sis a los avances de la ciencia, tanto así que se toleraban muy mal las
opiniones que defendían esos criterios. Hoy, sin embargo, a la luz de co-
nocimientos actuales consistentes (Gollwitzer y Marsland, 2015; Schore,
2001a, 2001b), resultaría difícil en materia de vínculos tempranos desco-
nocer algunos hechos suficientemente probados.
Por ejemplo, el feto de sexo masculino desde el punto de vista inmu-
nitario es más frágil que el feto de sexo femenino (Di Renzo et al., 2007;
Schore, 2017). La placenta del embarazo de un varón tiene menor capa-
cidad inmunitaria que la de una niña. Los varones nacen con más riesgo
que las niñas del punto de vista cerebral y de la competencia funcional
del eje hipotálamo-adrenal-hipofisario, para enfrentar el estrés. Esa vul-
nerabilidad mayor se manifiesta desde la etapa prenatal y se continúa en
la posnatal temprana y aún se demuestra que esa diferencia persiste en
la adolescencia.
Un aspecto importantísimo para los vínculos sociales como es la
regulación emocional (Berlin y Cassidy, 2003; Domes et al., 2010; Riva
Crugnola et al., 2011) no se trae consigo al nacer, sino que se incorpo-
ra a través del modelo que provee el entorno cuidante significativo. Al
inicio de la vida se establece una heterorregulación que, con el paso del
tiempo, de forma gradual, se convierte en autorregulación. Esta última se
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consolida antes en la niña que en el varón. Conviene tener presente este
hecho, porque puede resultar útil en la clínica.
Otro elemento para considerar es el trascendente descubrimiento de
las neuronas espejo (Gallese et al., 1996; Rizolatti et al., 1996; Iacobini
et al., 2009), involucradas, como se sabe, en la empatía, el lenguaje y
los engramas motores. La investigación demostró, por ejemplo, que las
poblaciones de neuronas espejo están disminuidas en los niños autistas.
Por otra parte, los recién nacidos muestran lo que se llaman episodios
de atención conjunta (Mundy et al., 2009), que consisten en que si la ma-
dre mira con determinada intensidad un suceso ellos siguen la dirección
de la mirada de la madre. Compartir una experiencia significativa con
alguien (Vallotton, 2011) y tener noción de compartir esa experiencia es
un precursor del vínculo social. Sería algo así como la piedra fundacional
de la intersubjetividad (Trevarthen, 1998). Se considera uno de los prime-
ros escalones que conducen a los humanos a la habilidad de desentrañar
intenciones y a la teoría de la mente. No obstante, eso no ocurre con los
niños autistas (Mundy et al., 1994, 2009; Vaughan Van Hecke et al., 2007;
Gaffan et al., 2010).
El fluido intercambio del bebé con sus cuidadores significativos, que
se establece a través de la mirada en los episodios de atención conjunta,
se descubre también después en la experiencia de laboratorio llamada
referencia social (Klinnert et al., 1986; Hornik y Gunnar, 1988). La prueba
consiste en colocar en el extremo de una mesa larga a un bebé gateador
y en el otro extremo a la madre. La mesa en su mitad tiene un abismo
simulado, al cual cubre un vidrio resistente y transparente. La madre con
el gesto invita al bebé a gatear hacia ella. Cuando el bebé llega al abismo
mira a la mamá y si esta pone cara de susto, el bebé se detiene; pero si
le sonríe permisiva, avanza decidido hacia ella, indiferente a los riesgos
del presunto abismo. Nos informa de la constitución en el niño de un
buen objeto interno y de la confianza que ha desarrollado con su entorno
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cuidante significativo. Posteriormente, esta adquisición del desarrollo se
convierte en la capacidad de desentrañar intenciones (Fonagy y Target,
1997; Fonagy et al., 2000; Vallotton, 2011) que constituye la base de la
intersubjetividad.
Sin embargo, todo esto no ocurre de buenas a primeras, sino que se
da a través de un proceso que llamamos de apego con el entorno cuidan-
te significativo y que, si todo transcurre de buena manera, concluye con
lo que llamamos un apego seguro (Bowlby, 1989), que es la meta que se
espera del desarrollo saludable de un bebé.
Recordemos brevemente que el apego provee dos condiciones bási-
cas: la base segura, ofrecida por los cuidadores significativos, a partir de
la cual se habilita la exploración del entorno y, además, lo que conocemos
como un sistema de lectura de intenciones, que resulta, como se dijo, el
basamento imprescindible para el establecimiento de la intersubjetividad.
La lectura de intenciones que también existe en el mundo animal tiene en
el humano, como vimos, sus precursores que son los mencionados episo-
dios de atención conjunta y la referencia social. El apego seguro favorece,
también, el desarrollo de dos condiciones fundamentales: la capacidad
reflectiva (Fonagy, 2000) y la fortaleza emocional (resilience) (Fonagy y
Target, 1997; Fonagy et al., 2000; Papousek, 2011).
La capacidad reflectiva o teoría de la mente (Noroña-Zhou y Tung,
2021) o mentalización, según distintos autores, se desarrolla alrededor
de los cuatro años (hay una prueba de laboratorio que demuestra su ocu-
rrencia) y es la capacidad de imaginar y entender los estados mentales en
uno mismo y en los demás, es decir, otorga la posibilidad de desentrañar
intenciones y abrir el camino a la intersubjetividad.
La última etapa del proceso de apego seguro se espera que culmine
con lo que denominamos fortaleza emocional, a mi entender mal llamada
resilience, en español ‘resiliencia’. Corresponde que haga aquí una aclara-
ción. Habitualmente lo que llamo fortaleza emocional lo verán descripto
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como resilience (término procedente del latín, utilizado en inglés en la
literatura científica), que alude a un concepto que proviene de la física y
atañe solo al objeto, el cual, una vez deformado por una fuerza externa,
cuando esta deja de actuar, recupera su forma original. Por analogía, se
extendió su uso al ser humano que es capaz de superar felizmente su-
cesos infaustos, o sea que, en definitiva, se las ingenia para hacer frente
satisfactoriamente al estrés.
Sin embargo, en el ser humano la regulación emocional depende del
vínculo establecido con el ambiente cuidante porque, como vimos, no
traemos de fábrica la capacidad de regularnos emocionalmente, sino que
esa capacidad nos la provee el entorno cuidante, es decir, comienza sien-
do heterorregulación porque el mecanismo primero es externo, pero lue-
go se asume como propio. Ergo, depende de un vínculo establecido, de
la calidad de una relación y no exclusivamente del objeto, en este caso
puntual el bebé; es decir, se trata de un sujeto inmerso en una relación
cuya calidad determinará la consistencia de su fortaleza emocional.
Esa es la razón por la que a mí, metafóricamente, me gusta decir,
desde ese punto de vista, que «empezamos siendo en otro». Al hacerlo
así, intento no solo jerarquizar la relevancia que, en nuestro desarrollo,
reviste la calidad de los vínculos que mantuvimos con el entorno que nos
proveyó de cuidados desde nuestra temprana etapa de indefensión, sino
además poner de relieve la importancia de la experiencia.
De este azaroso y elaborado periplo resulta, cuando la maduración
se lleva a cabo saludablemente, la fortaleza emocional que produce in-
dividuos, que confían con criterio en sí mismos, les importan los demás,
tienen proyectos de futuro, son capaces de superar situaciones difíciles y,
sobre todo, resuelven los conflictos de manera reflexiva (Baron-Cohen et
al., 1994).
Si accedo a ese perfil, como consecuencia del tratamiento de un pa-
ciente, me siento satisfecho con lo realizado en la psicoterapia y considero
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que la sana relación establecida con él puede significarle una ayuda valio-
sa, en tanto haya podido interiorizar un nuevo modelo vincular. En todo
momento, las reglas básicas que procuré respetar y aplicar cada vez que
me comprometí a realizar una psicoterapia fueron las mismas que a mi
entender exige la crianza de un bebé:
Respetarle su naturaleza íntima, ayudarlo a buscarse y conocerse a sí
mismo, sin introducirle teorías foráneas ni pretender inculcarle idea-
les propios, ajenos a su deseo (aquí es que se aplica el dejar venir con
inaudita paciencia tolerante y una escucha alerta, pero empática).
Estar atento al momento en que surge el conflicto, para trabajar en la
elaboración de este, con la suficiente exactitud como para no caer un
segundo después ni un segundo antes del estallido de este, ni desna-
turalizarlo en el intento de disimular su naturaleza cruda difícilmente
tolerable (no rascar antes de que pique y si es necesario agarrarse del
mástil como Ulises cuando el cimbronazo de lo comunicado nos haga
tambalear).
Tener siempre presente que en psicoterapia psicoanalítica la inter-
pretación solo intelectual de poco sirve si no se acompaña del corres-
pondiente componente afectivo que siempre debe apareársele y sin
el cual la más brillante elucubración que podamos hacer no resulta
más que papel maché (recuerdo el ejemplo de Winnicott que a un
paciente que había pasado por varios análisis infructuosos en cierto
momento le dijo: «A ver, me parece que está hablando una mujer»).
Proponerme siempre ser auténticamente honesto con el paciente, sa-
biendo que se pueden cometer errores, pero que si ocurren hay que
ponerlos sobre la mesa e intentar con él la interpretación psicoanalí-
tica genuina de por qué pudieron ocurrir (se me viene a la mente otro
ejemplo de Winnicott, cuando al supervisar por primera vez a Max
Hernández como candidato, este tenía dudas de si decirle o no que le
había acercado un pañuelo a la paciente, cosa que decidió confesarle
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y el maestro luego de reflexionar un rato le dijo: «si lo hubiera hecho
dentro de treinta años, estaría bien»).1*
Acompañar su maduración con la propia porque el fin satisfactorio
de una buena psicoterapia solo lo constituye un proceso que cul-
mina en simultáneo para ambos polos de la díada (es decir, para
ambos ese final es la consecuencia de un largo proceso reflexivo
que se llevó a cabo con las partes más maduras de sus respectivas
personalidades).
No quisiera terminar esta reflexión sin mencionar algo que considero
sumamente importante para quienes actúan en el área de salud mental:
por un lado, la promoción del desarrollo saludable y, por otro, la continui-
dad de la patología. La promoción del desarrollo saludable es un aspecto
prioritario en cuanto a políticas poblacionales de salud mental. Son, sin
duda, políticas inespecíficas que deben incorporarse en todo proyecto di-
rigido a la comunidad, consistentes en trasmitir pautas generales de con-
ductas alimentarias, vinculares, de puesta de límites, de incorporación de
rutinas, de trasmisión de valores, etc., con respeto por el otro, conside-
rándolo como sujeto humano, queriendo ayudarlo auténticamente y sien-
do, de verdad, empáticos con él. La continuidad de la patología (Schore,
2017; Gollwitzer y Marsland, 2015) es un hecho incontrastable, gran par-
te de la cual no empezó hoy, sino que lo hizo ayer. La incorporación de las
nociones inherentes al desarrollo del ser humano y el conocimiento de
las diferentes particularidades que presentan sus diferentes etapas cons-
tituyen herramientas fundamentales para que quienes trabajan en el área
de salud mental tengan en cuenta.
Por eso, para alguien que se proponga trabajar los vínculos tempra-
nos desde una perspectiva psicoanalítica, tan importante como el análisis
* Comentario personal de Max Hernández, en una visita que hizo a Montevideo, sobre su
primera supervisión con D. W. Winnicott.
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personal o el autoanálisis permanente y el mantenerse actualizado en la
lectura de textos psicoanalíticos es el estar al día en cuanto a los nuevos
conocimientos que nos brinda la investigación científica seria.
Deseo destacar al respecto que son muchísimos los autores que han
contribuido con sus hallazgos a confirmar, difundir y actualizar la teoría
del apego, que tiene como eje principal jerarquizar la investigación y la
observación. Los hallazgos de las neurociencias se incorporan a la teoría,
así como nuevas contribuciones de otras disciplinas científicamente ava-
ladas, porque el principio de la teoría del apego es demostrar con rigor
científico las afirmaciones que enuncia porque operacionaliza conceptos.
Por ejemplo, la preocupación materna primaria de Winnicott (1969c) se
operacionaliza como disponibilidad emocional (Emde, 1980) (mensura-
ble), lo cual permite medir sus dos componentes: la sensibilidad, que es
la capacidad del cuidador significativo de entender las necesidades del
bebé, y la accesibilidad, que es el hecho de estar disponible para atender
esas necesidades. A modo de ejemplo, la madre depresiva puede enten-
der lo que el bebé necesita, pero no puede atenderlo porque la profundi-
dad de su humor negativo se lo impide.
Con base en esa conceptualización, en la clínica del Hospital Pereira
Rossell realizamos una investigación sobre disponibilidad emocional en
el caso de madres adolescentes primíparas comparadas con primíparas
adultas (Cherro Aguerre, 2000).
Al respecto, es importante recordar una advertencia del Center on
the Developing Child at Harvard University, en 2016, que presenta un
enfoque de investigación y desarrollo que trasciende el desacuerdo de
escuelas porque se basa en una comprensión rigurosamente revisada
y basada en la ciencia de cómo se construyen o debilitan las bases del
aprendizaje, el comportamiento y la salud a lo largo del tiempo. Allí se
sostiene que los avances en neurociencia, biología molecular y epige-
nética ofrecen una oportunidad sin precedentes para estimular nuevas
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respuestas a estos complejos desafíos sociales, económicos y políticos,
al explicar por qué los niños pequeños que enfrentan adversidades tie-
nen más probabilidades de interrumpir sus trayectorias de desarrollo
normal.
En mí, la identidad psiquiátrica y psicoterapéutica comulgan con
una postura que del punto de vista psicopatológico se nutre de aquellos
conocimientos con validez científica que dan cuenta de los hechos de
la clínica independientemente de la teoría que haya promovido su des-
cripción o su descubrimiento.
§
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