LO NEGATIVO EN TRANSFERENCIA.
DESAFÍOS A LA CONSECUCIÓN
DEL TRATAMIENTO
NEGATIVE ASPECTS OF TRANSFERENCE.
CHALLENGES IN TREATMENT ACCOMPLISHMENT
O NEGATIVO NA TRANSFERÊNCIA.
DESAFIOS PARA A REALIZAÇÃO DO TRATAMENTO
Gabriela Pollak
Asociación Uruguaya de Psicoterapia Psicoanalítica
Montevideo, Uruguay
Correo electrónico: gpollaks@gmail.com
ORCID: 0000-0001-6906-5820
Recibido: 10/2/2022
Aceptado: 3/4/2022
Equinoccio. Revista de psicoterapia psicoanalítica, 3
(1), enero-mayo 2022, pp. 95-115.
ISSN: 2730-4833 (papel), 2730-4957 (en línea). DOI: doi.org/10.53693/ERPPA/e3.1.7
Para citar este artículo / To reference this article / Para citar este artigo
POLLAK, G. (2022). Lo negativo en transferencia. Desafíos a la consecución del tratamiento.
Equinoccio. Revista de psicoterapia psicoanalítica, 3
(1), 95-115. DOI: doi.org/10.53693/
ERPPA/e3.1.7
Creative Commons Reconocimiento 4.0 Internacional (CC BY 4.0)
Resumen
A partir de un material clínico donde hay un intento de interrupción del tratamiento,
el presente trabajo propone visualizar los avatares transferenciales y las dificultades que se
presentan a la hora de dar continuidad a un proceso psicoanalítico. Con el fin de aportar
a la formación del psicoterapeuta, se realiza un recuento histórico que habilita el entre-
tejido teórico-clínico. Se trabajan conceptos como la transferencia negativa y la reacción
terapéutica negativa desde Freud a autores históricamente significativos que aportaron a
dicha conceptualización.
Se toma como central para el psicoterapeuta en formación el cambio en la técnica
sobre todo con pacientes que rondan los márgenes de las neurosis.
Palabras clave: transferencia, transferencia negativa, reacción terapéutica negativa.
Abstract
Starting from a clinical material where there is an attempt to interrupt treatment,
this paper proposes to visualize the transference vicissitudes and the difficulties that arise
when giving continuity to a psychoanalytic process. In order to contribute to the training
of the psychotherapist, a historical account is carried out, enabling a theoretical-clinical
interweaving. Concepts such as negative transference and negative therapeutic reaction
are presented, from Freud to other historically significant authors who have contributed
to this conceptualization.
Changing techniques is considered key for the psychotherapist in training, especially
with patients who hover on the margins of neurosis.
Keywords: transfer, negative transfer, negative therapeutic reaction.
Resumo
Partindo de um material clínico onde há uma tentativa de interrupção do
tratamento, o presente trabalho se propõe dar visibilidade aos avatares da transferência
e as dificuldades que surgem ao dar continuidade a um processo psicanalítico. A fim
de contribuir para a formação do psicoterapeuta, é realizado um relato histórico,
possibilitando um entrelaçamento teórico-clínico. Conceitos como transferência
negativa e reação terapêutica negativa tem sido trabalhados desde Freud até autores
historicamente significativos que contribuíram para tal conceituação.
A mudança de técnica é tida como central para o psicoterapeuta em formação,
principalmente com pacientes à beira da neurose.
Palavras-chave: transferência, transferência negativa, reação terapêutica negativa.
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… los tropiezos en el trabajo de historización corresponden a momentos
decisivos de la vida del paciente, en los cuales tuvo que mutilar su propia
historia al mismo tiempo que se mutilaba a sí mismo.
Madeleine Baranger (1992, p. 223)
«Gabriela, estoy pensando en si seguir yendo o no. Por lo pronto quie-
ro dejar d ir por un tiempo. en la semana t llevo la plata. t aviso antes.
Beso.» Este mensaje de texto fue enviado diez minutos antes de que co-
menzara la sesión del martes de esta paciente. A la hora que la espero,
que es cuando lo leo, decido llamarla. No me atiende. Le dejo un mensaje
de voz en el que le digo que no puede unilateralmente tomar una decisión
así, que debemos hacerlo juntas, que tenemos que pensarlo, que la estoy
esperando… Tres minutos después suena mi teléfono: es Mónica.1 Me
dice que pensaba llamarme. Que fundamentalmente es eso que me pone
en el mensaje. Que ella ya lo pensó, no tiene que pensarlo conmigo. Le
pido que nos reunamos a pensarlo juntas. Me dice que el viernes, que ese
día no…
¿Por qué este mensaje, de esta forma y en este momento? ¿Qué se
jugó en Mónica para que planteara interrumpir el tratamiento de forma
intempestiva? Ciertamente, veníamos de dos sesiones afectivamente
muy fuertes. En la primera, contó un sueño de apariencia bizarra, que
logramos trabajar muy bien, cosa que a las dos nos sorprendió. En la se-
sión siguiente, mutiló lo logrado y negó la tarea al atribuir lo alcanzado a
1 Todos los datos de la viñeta clínica han sido modificados y disfrazados para preservar la
identidad del paciente.
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sus amigas, actitud de la que nos ocupamos y consideramos de hostilidad
hacia el tratamiento y lo que íbamos consiguiendo.
Por la modalidad relacional de Mónica, este mensaje no me sorpren-
dió. El funcionamiento de rápida acción e intempestivo era habitual en ella
y ha sido, de modo repetitivo, su modo de reaccionar. Se agrega, además,
que dos semanas antes de todo este movimiento se había ido de la casa
de su pareja actual sin avisarle, en momentos en que, por el ambien-
te transferencial, yo pensaba que estaba queriendo dejar el tratamiento.
Hacía un mes y medio que yo me había mudado de consultorio y también
eso había marcado un quiebre. Comenzaron a darse faltas, llegadas muy
temprano —que la dejan afuera—, llegadas tarde… Proliferaron los men-
sajes de texto, a los que yo respondía con una llamada, ofreciéndole una
sesión que le era difícil aceptar.
Mónica tiene poco más de veinte años. Hace un año y medio comen-
zó el tratamiento. En ese momento, parecía una chica de la calle. Pasaba
semanas junto a un hombre treinta años mayor que ella. Era el hijo de
la dueña del lugar donde ella trabajaba, en donde también a veces vivía.
Mónica, activamente, se instalaba en vínculos en donde el maltrato im-
peraba, le proponen y acepta espacios de apariencia prestigiosa que caen
rápidamente, lo cual da cuenta de lo siniestro de sus elecciones. Así, vivía
casi de agregada en cualquier lado, sin lugar, topándose aceleradamente
con situaciones de riesgo. En su discurso entrecortado y confuso habla
de que los otros —nunca ella— se drogan, mienten y usan adictivamente
sexo, sustancias y vínculos.
Sin embargo, Mónica solicitaba ayuda y parecía dispuesta a transitar
un proceso terapéutico. En el correr de las entrevistas, cuenta de su in-
fancia, de su familia, de su entorno primario. Es una chica bien, de familia
acomodada; estudió en uno de los colegios de mayor prestigio y rigor en
nuestro medio. Fue una niña modelo para sus padres y hermanos, estu-
diosa, responsable y prolija…, hasta los dieciséis años. En su discurso,
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el medio familiar ciertamente era caótico, pero, aunque era disfuncional,
mantenía cierto sostén. De todas formas, ella sentía enloquecer allí, dado
que, en sus palabras, todos estaban locos.
En el año y medio de trabajo conjunto había modificado mucho su
vida. Los cambios comenzaron a darse de modo sostenido. Retomó es-
tudios universitarios; logró separarse —no sin dificultad— del hombre
mayor con quien estaba vinculada; consiguió distanciarse de esa mujer-
madre-jefa, que le resultaba muy perturbadora; retomó vínculos del pa-
sado; y, en las últimas semanas, al separarse de un novio reciente, volvió
a la casa paterna.
Muchos cambios. Se siente más tranquila y le dicen que está pau-
sada…, estudia para los exámenes y los salva, dice estar en un buen
momento de vínculo con su madre…, comienza a dar cuenta de senti-
mientos depresivos…, el conflicto parece ser más interno y le duele… Es
probable que, en este movimiento, el espacio analítico —con un encuadre
que comienza a delimitarse cada vez más firmemente— y, por lo tanto, el
análisis, comiencen a resultar perturbadores.
Hasta aquí el material clínico. Ilustra una situación usual en un trata-
miento que se aproxima a los dos años de trabajo consecuente y que ha
obtenido logros visibles, tanto para la paciente como para la terapeuta.
Sin embargo, este avance no logra ser tolerado y se plantea la interrup-
ción. Me pregunto si estamos frente a una transferencia negativa o si se
trata de transferencia de aspectos negativos, lo enloquecedor puesto en
acto, actuado; lo negativo de Mónica escenificado, revivido en el vínculo,
con el ambiente analítico y en transferencia conmigo. ¿Por qué y para
qué? ¿Qué está pujando en Mónica, que mutila su posibilidad de conti-
nuar creciendo?
Lo que Freud denomina transferencia negativa, ¿es lo que en la ac-
tualidad se considera como tal? ¿Es este un modo de transferencia
negativa?
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¿Podemos hablar de una transferencia negativa sin considerar una
contratransferencia también negativa? ¿Cómo en la formación del psico-
terapeuta psicoanalítico estos aspectos pueden surgir, resolverse o no?
¿Dependen de la profundidad con que el terapeuta ha logrado trabajar
sus propios aspectos negativos?, ¿de la posibilidad de haber vivido lo
negativo en su propio análisis de formación y haber salvado la situación?,
¿o es un problema actualizado en transferencia de la díada? ¿Es posible,
con la práctica supervisada, superar las dificultades?, ¿o lo negativo se
impone de modo radical e inexorable?
En primer lugar, intentaré rastrear el concepto de transferencia negati-
va en las obras de Freud, para luego observarlo en algunos otros autores
que trabajaron el tema.
HISTORIZANDO
La transferencia en la cura aparece en la teoría freudiana muy tem-
pranamente. Desde su primera alusión en 1895, surge el concepto de
falso enlace. En 1904, habla de la naturaleza sexual de los sentimientos.
Y hacia 1906, es considerada como un desplazamiento de afecto. Son
años en que la transferencia aparece como un obstáculo que se opone al
recuerdo. En ese sentido, es tomada como una resistencia y da cuenta de
la proximidad del conflicto inconsciente.
En los escritos técnicos de Freud, que datan desde 1912 hasta 1918,
que integran a su teoría el complejo de Edipo, la concepción de transferencia
también se transforma: se define en consonancia con el Edipo positivo y ne-
gativo. El autor habla también de transferencia positiva y negativa; la primera
se refiere a sentimientos de ternura y la segunda, a sentimientos hostiles.
Laplanche y Pontalis, en su Diccionario de psicoanálisis (1981), apor-
tan la intelección de una contradicción en la teorización freudiana de la
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primera época. Por un lado, la transferencia sería una resistencia en rela-
ción con el recuerdo verbalizado, pero también es
un modo privilegiado de captar ‘en caliente’ e in statu nascendi los ele-
mentos del conflicto infantil, es el terreno en el que se realiza, dentro
de una actualidad irrecusable, la problemática singular del paciente,
donde este se ve confrontado a la existencia, a la permanencia, a la
fuerza de sus deseos y fantasmas inconscientes. (Laplanche y Pontalis,
1981, p. 442)
Lo positivo o negativo refiere a afectos que son transferidos y no al
resultado sobre el proceso terapéutico. Los autores añaden, remitiéndose
a Lagache, que la transferencia de afectos negativos puede producir efec-
tos muy positivos en el proceso analítico y que la transferencia de afec-
tos positivos puede funcionar como un obstáculo (Laplanche y Pontalis,
1981).
Para Freud la transferencia, motor y palanca de la cura, es positiva
cuando es favorable a los fines del análisis. La transferencia negativa u
hostil evoca los sentimientos y resentimientos agresivos, odios que ata-
can a la persona del analista, al encuadre, al proceso terapéutico; es la in-
tensidad con que estos afectos se dan en la cura que llevan a actuaciones
imposibles de elaborar.
Freud habla de transferencia negativa en Sobre la dinámica de la trans-
ferencia (1912/1980a) y en Recordar, repetir y reelaborar (1914/1980b).
Plantea que el paciente, en la relación con el analista, repite el modelo de
ambivalencia dirigida a los prototipos ya existentes. Así, la transferencia
puede convertirse en la más fuerte resistencia a la cura, dado que el pa-
ciente no recuerda lo reprimido ni olvidado, sino que lo actúa repitiendo
en transferencia. Del arsenal de su pasado toma las armas con que se
defiende del crecimiento psíquico y repite compulsivamente. El analizado
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necesita enfermar en transferencia para mostrar su modalidad vincular,
de modo que con el analista sea posible una semantización que convierta
ese acto en discurso, historia y, por lo tanto, memoria. Es en ese tránsito
en que el terapeuta tiene la oportunidad de intervenir apalabrando, ligan-
do, simbolizando lo que surge de la puesta en acto.
Pero ¿qué es lo que repite el paciente? La transferencia es una pieza
de repetición y los terapeutas sabemos que el análisis despierta especial-
mente contenidos desfavorables (Lagache, 1956): se repite lo que surge
de las fuentes de lo reprimido, inhibiciones y actitudes inviables, rasgos
patológicos de carácter y síntomas. Es cuando la transferencia se hace
hostil o muy intensa, que la represión provoca una sustitución del recuer-
do por el acto de repetición. En la formación del psicoterapeuta, este es
un tópico que sorprende sobre todo en los inicios de la práctica clínica,
aunque seguramente también haya surgido en su propio análisis. Es que
el dispositivo analítico como caja de resonancia favorece que estos movi-
mientos surjan en la cura.
En Puntualizaciones sobre amor de transferencia, Freud (1915/1980c)
refuerza la idea de que también el amor desmadrado inhabilita la conse-
cución del tratamiento, por la exageración de la buena disposición hasta
una entrega sexual, lo que lleva a la idea de desenfreno… ¿pulsional? Es
allí donde no logra darse el engarce con lo representacional y la compul-
sión a actuar desborda el campo. Nuevamente, este exceso del que habla
¿daría cuenta de fallas en la represión originaria?2
En tanto la transferencia se mantenga en intensidad y cualidad con
un tono positivo, trabaja a favor del tratamiento; pero cuando se torna
resistencia, es imperativo hacer foco en ella. Este es un problema técnico
mayor en la continua interrogación del enigma que conlleva la práctica
2 Ver Los fenómenos residuales y la represión originaria, de Schkolnik (2001), para profundizar en
la represión originaria.
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psicoanalítica, ya sea porque desde su tono libidinal opera como obstáculo
para continuar el análisis, dado que deja entrever el lazo con la necesidad
sexual, o porque los sentimientos hostiles surgen en escena. La transfe-
rencia negativa aparece como un producto secundario de la transferencia
positiva, tanto porque el amor se vuelva tan intenso que exija una repre-
sión, captada en la clínica como resistencia al cambio, o porque los senti-
mientos cariñosos se vuelven secundariamente sentimientos hostiles. Es
así que la tarea analítica consiste en poder demostrarle al paciente que sus
sentimientos, ya sean tiernos u hostiles, aunque actuales en transferencia,
provienen de aquellos primarios momentos de dependencia absoluta con
el semejante y solo son repetidos en el marco actual que permite proce-
sarlos. «Y entonces la transferencia […], tierna u hostil, […] se convierte
en el mejor instrumento de ella [la cura], con cuya ayuda pueden desple-
garse los más cerrados abanicos de la vida anímica» (Freud, 1915/1980c,
p. 281). Tenemos aquí el mayor artificio del trabajo en psicoterapia.
En Más allá del principio del placer, Freud (1920/1979) plantea que el
analizando no puede recordar lo reprimido. Lo esencial se ve forzado a
repetirse como vivencia actual en lugar de recordar. «… la compulsión de
repetición […] nos aparece como más originaria, más elemental, más pul-
sional que el Principio de Placer que ella destrona» (Freud, 1920/1979,
p. 23).
Es en este texto donde aparece la transferencia como actualización
de lo esencial del conflicto infantil.
Esta reproducción, que emerge con una fidelidad no deseada, tiene
siempre por contenido un fragmento de la vida sexual infantil, y por
tanto del Complejo de Edipo y sus ramificaciones; y regularmente se
juega {se escenifica} en el terreno de la transferencia […] [el médico]
tiene que dejarle revivenciar cierto fragmento de su vida olvidada, cui-
dando que a la par que lo hace, conserve cierto grado de reflexión en
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virtud del cual esa realidad aparente pueda individualizarse cada vez
como reflejo de un pasado olvidado. (Freud, 1920/1979, p. 18)
Ahora, me pregunto: ¿se actualiza solo lo olvidado? Lo olvidado im-
plica que en algún momento fue consciente y luego reprimido. Porque
cuando se alude a las ramificaciones de lo edípico, probablemente se esté
hablando de aquello que puede provenir directamente del inconsciente
de los padres, vía identificaciones narcisistas, primarias. Y allí estaríamos
encontrándonos con aspectos de cuya existencia el individuo ni siquie-
ra tiene registro. Lo inconsciente escindido: el mayor desafío en la clíni-
ca del terapeuta en formación, porque se deja de estar en formación en
psicoanálisis.
Es con el giro de los años veinte que Freud introduce nuevos concep-
tos, como el yo, el ello y el superyó, en donde lo inconsciente no es solo
lo reprimido. También la noción de resistencia fue extendida a las resis-
tencias del yo, del ello y del superyó; la resistencia del ello fue la com-
pulsión a la repetición. Así, el término resistencia pasa a ser usado como
la resistencia a la consecución del análisis en general. Freud muestra que
las resistencias del ello son las que llevan al acting out, que sería una re-
sistencia a la rememoración. Es que el inconsciente a veces no puede ser
reencontrado más que en los actos. Si bien es un material para el trabajo
analítico, en el sentido estricto de la palabra, es una resistencia contra la
verbalización de los recuerdos.
Es así que Freud comienza a encontrar serias dificultades en la cura,
resistencias tales que provocaban el agravamiento de la sintomatología
y la persistencia del sufrimiento. La razón más profunda del giro de 1920
parece haber sido un intento de teorización acerca de la reacción tera-
péutica negativa. La interpretación comienza a tropezar con una fuerza
oscura que tendía a deshacer lo que el trabajo conjunto del analizando y
del analista había realizado.
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En Análisis terminable e interminable, Freud (1937/1986a) habla de las
resistencias que operan en el tratamiento. Así, la curación es tratada por el
yo como un peligro nuevo. Se refiere a las limitaciones terapéuticas, a los
escollos a los que se enfrenta el psicoanálisis. Toma a la pulsión de muerte
como el estorbo más poderoso, ya que es, de hecho, el motor principal de
las resistencias a la cura y la causa del conflicto psíquico. La repetición no
solo complace al principio de placer, sino que repite el displacer como si
una matriz estampara sin poder parar, automáticamente, lo desligado.
Bajo el influjo de las mociones de displacer, que se registran ahora por
la reescenificación de los conflictos defensivos, pueden cobrar preemi-
nencia unas transferencias negativas y cancelar por completo la situa-
ción analítica […] son resistencias no solo contra el hacer conscientes
los contenidos, sino también contra el análisis en general y, por ende,
contra la curación. (Freud, 1937/1986a, p. 241)
Se constata aquí un movimiento teórico, pleno de consecuencias
clínicas, en cuanto a la transferencia. Lo que en un principio aparecía
con una lectura dinámica en donde el desplazamiento y el juego de re-
sistencias (investidura y contrainvestiduras) primaban en el conflicto se
transforma poco menos que en un automatismo repetitivo.3 «Durante el
trabajo analítico no hay impresión más fuerte de las resistencias que la
de una fuerza que se defiende por todos los medios contra la curación y
a toda costa quiere aferrarse a la enfermedad y al padecimiento» (Freud,
1937/1986a, p. 244).
Se refiere a la conciencia de culpa y a la necesidad de castigo que
surge del vínculo del yo con el superyó. Enlaza aquí el masoquismo, la
3 En Ideas directrices para un análisis contemporáneo, Green (2003) dice: «Aquí la dinámica se
vuelve coerción y el movimiento, en lugar de abrir la posibilidad de extender el campo de las
investiduras, muta a una restricción esterilizante de naturaleza compulsiva» (p. 76).
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reacción terapéutica negativa y la conciencia de culpa de los neuróticos,
y da cuenta de las pulsiones de vida y de muerte intrincadas —y desin-
trincadas— de diverso modo. Agrega que las dificultades en superar la
reacción terapéutica negativa4 podrían explicarse por el carácter radical-
mente intenso de la pulsión de muerte (Freud, 1937/1986a).
En uno de sus últimos textos, Construcciones en el análisis, Freud
(1937/1986b) agrega:
Cuando el análisis está bajo la presión de factores intensos que arrancan
una reacción terapéutica negativa, como conciencia de culpa, necesi-
dad masoquista de padecimiento, revuelta contra el socorro del analis-
ta, la conducta del paciente luego de serle comunicada la construcción
suele facilitarnos mucho la decisión buscada. Si la construcción es fal-
sa, no modifica nada en el paciente; pero si es correcta, o aporta una
aproximación a la verdad, él reacciona frente a ella con un inequívoco
empeoramiento de sus síntomas y de su estado general. (p. 266)
ACTUALIZANDO
Este recorrido da cuenta de que la transferencia primero es pensa-
da como resistencia y luego es planteada como motor de la cura, hasta
que Freud termina considerándola como resultado de la compulsión a la
repetición. Green (2011) propone que «Cualquiera sea su forma —posi-
tiva o negativa—, la transferencia proviene de un factor compulsivo que
4 Debemos consignar que, si bien el término reacción terapéutica negativa es referida por Freud
para aquellos procesos que indefectiblemente llevan a la autodestrucción, en la actualidad y
de forma descriptiva este término se utiliza para designar las formas especialmente intensas
de resistencia al cambio en el análisis. Más específicamente, alude a un retroceso o agrava-
miento luego de un logro o avance en el tratamiento, como se muestra en la viñeta clínica.
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tiende a repetir una constelación originada en la infancia y que, a menos
que sea analizado, tenderá siempre a reproducirse en forma espontánea»
(p. 76).
El paciente no transfiere únicamente sobre el analista, sino sobre toda
la situación analítica. Y no transfiere únicamente sentimientos, sino todas
sus funciones psíquicas. El ser humano tiene una tendencia compulsiva
a repetir experiencias de su pasado infantil y el dispositivo analítico pro-
puesto busca acentuar esta repetición. Podemos pensar que se actualiza
lo que ha quedado registrado como satisfactorio, lo amoroso, pero tam-
bién es actualizado lo malo y displacentero, los dolores y desamores. La
transferencia negativa se impone tanto por la intensidad de los deseos
sexuales confrontados a la prohibición, como por la intensidad del des-
borde de lo negativo cuando resulta imposible elaborar psíquicamente.
Es un desafío para el analista, para el analista del analista, para el super-
visor, para el paciente, para el proceso…
¿A qué se le llama en la actualidad lo negativo?, ¿qué es lo negativo en
psicoanálisis?
Los autores posfreudianos aluden a lo negativo como un término que
refiere al vacío, a la falta primaria, a la nada, y así es traído con diversas
metáforas. Asimismo, lo vinculado a lo negativo parece asociarse a las
patologías narcisistas, que sobre una base depresiva presentan un dolor
inscripto más en el no poder ser —existir o no existir—.
Autores como Winnicott, Laplanche, Green, McDougall, Dejours,
Roussillon, Cabré y Lutemberg, entre otros, dan cuenta de pacientes que
actúan en el proceso analítico caminando en un pretil, en el borde y a pun-
to del desborde. La modalidad de funcionamiento es caracterizada como
caótica, estancada, repetitiva hasta la muerte. Es entonces a este grupo
de pacientes con características de acting out, que confrontan el setting y
la prosecución de la cura, con quienes se asocia la connotación de nega-
tivo. En el giro de 1920, Freud establece las bases para dar la posibilidad
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de trabajar con pacientes de mayor gravedad, dado que es a partir de ese
momento que la reacción terapéutica negativa aparece como compulsión
a la repetición. Dicho giro propone un descentramiento del deseo, que
puede ser expresado y representado —represión mediante, como surge
en la primera tópica— en otro modelo donde la descarga se da en el acto
puro, como pulsión desligada (automatismo, actuación). Así, el analista
debe enlazar el deseo inconsciente, pero sobre todo la pulsión misma,
cuyo empuje constante es capaz de modificar representacionalmente
tanto el deseo como el pensamiento (Green, 2011). Esta repetición no se
da únicamente en consonancia con el principio de placer, sino también
para repetir el displacer, donde lo mortífero está enclavado en las identi-
ficaciones narcisistas.
Desde esta segunda tópica, el yo puede escindirse,5 podría mantener
simultáneamente en un sector de sí mismo una moción y en otro sector
otra; pero el conflicto no parece instalarse, como si un sector no tuviera
noticia del otro. Esto da cuenta de la gravedad de estos pacientes y de la
necesidad del terapeuta de tender puentes, hilvanes, construcciones para
hacer posible la consecución del tratamiento.
En el ámbito de una reflexión sobre la transferencia y de la formación
inacabable del psicoterapeuta, ¿cómo estas actualizaciones determinan
cambios en la técnica, tomando en cuenta el caso a caso?
Si bien Freud no teorizó acerca del encuadre, es imprescindible in-
cluirlo en la actualidad para construir en el proceso analítico una realidad
segunda. Es así que funciona como contención de lo motor, al modo del
dormir, para que pueda darse el sueño. El analista delimita el encuadre
analítico promoviendo que se despliegue la conflictiva en ese espacio
5 En sus anotaciones, Freud (1986c) dice: «Es interesante que de vivencias tempranas, por opo-
sición a las posteriores, se conserven todas las diferentes reacciones, incluidas desde luego, las
reacciones opuestas. Ello en lugar de la escisión, que más tarde sería el resultado. Explicación:
endeblez de la síntesis, conservación del carácter de los procesos primarios» (p. 301).
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continente, buscando que se contengan en el ámbito psíquico los impul-
sos que pondrían en riesgo al paciente o al vínculo analítico. Entonces,
el encuadre funciona encuadrando lo posible e intenta que no quede el
conflicto por fuera de ese borde. Pero en pacientes graves, muchas veces
el conflicto desborda.
Por lo tanto, lo que queda por fuera del encuadre, del discurso, ¿cómo
es posible introducirlo como parte del proceso? Es un encuadre continen-
te, que habilita la ligazón hacia lo metaforizable, y es a lo que recurren
aquellos autores que centran su investigación en la clínica de patologías
graves. Consignan que los ataques al encuadre son persistentes en estos
pacientes, en quienes la infiltración de la destructividad nos hace pregun-
tar acerca de aspectos masoquistas y donde el contacto con lo libidinal
resulta difícil de rastrear. El intento es, entonces, tramitar mediante el
trabajo psíquico de ambos todo lo que el paciente querría descargar por
vía de lo motor. Y es con el vínculo transferencial que se logra acotar las
repeticiones destructivas, ligando e hilvanado para continuar libidinal-
mente construyendo.
Esta noción de díada trabajando resulta mucho más fructífera si in-
cluimos la noción de campo analítico, planteada por Baranger et al. (1982).
Este concepto implica tanto la transferencia del analizado como la con-
tratransferencia del analista. Nada de lo que ocurre en el tratamiento ana-
lítico puede darse de forma independiente de la situación analítica. Así,
cuando el proceso se detiene o presenta obstáculos, debe confrontarnos
a lo sucedido en el par analista-analizado.
Si el trabajo analítico es posible, es porque tanto el analista como
el paciente creen que la historización habilita una apertura al porvenir
y piensan que el movimiento regresivo y el progresivo se dan de forma
conjunta y se condicionan recíprocamente. La atmósfera general de la
sesión y los procesos que en ella se dan provocan que aquello que dice el
paciente, que tiene una causa, modifique al analista, que es quien recibe
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esa palabra. El analista, implicado en eso que se dijo, es tocado o cam-
biado y, ya sea hablando o guardando silencio, deja de ser receptor del
mensaje y pasa a ser su promotor.
Pero cuando la dialéctica se detiene y no se logra avanzar, debemos
pensar en las resistencias al cambio con que se encuentra la consecución
del trabajo analítico. Las más graves son las que comprometen el proceso
y pueden llegar a interrumpirlo. Lo resistencial, en estos casos, reside
en la intensidad y la durabilidad con que se manifiestan, dado que se
presentan como obstáculos persistentes. La dificultad aumenta porque
el analista es parte de ese proceso y, por lo tanto, es partícipe del campo
que se ha generado.
DESAFÍOS PARA EL TERAPEUTA EN FORMACIÓN
Si bien en el primer tramo de su teorización Freud habló de transfe-
rencia negativa para referir a los afectos que son desplazados en el vín-
culo transferencial proyectivamente, a partir de la introducción de la se-
gunda tópica y luego del giro de 1920, nos habilita a pensar pacientes con
mayores dificultades, aquellos que presentan zonas de funcionamiento
narcisista. Macalpine (1982) dice:
la finalidad inicial del análisis es provocar una regresión […]. Si en lugar
de tal movimiento se produce una detención (bajo la forma sea de un
acting out, sea de satisfacciones transferenciales directas) o bien si el
movimiento en lugar de ser regresivo va en la dirección de una aparen-
te madurez (huida hacia la salud), se puede hablar de resistencia. (p. 99)
Los autores de las últimas décadas hablan de transferencia negativa
estableciendo un vínculo con
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el masoquismo…, el odio…, la omnipotencia que hace preferir vencer
al analista más bien que mejorarse, el narcisismo negativo que elige la
extinción de la vida más bien que la catexis de los objetos; la envidia,
que busca estropear el éxito del objeto ‘bueno’. […] se trata sobre todo
de la angustia de separación. (De Urtubey, 2003, p. 17)
Es en la experiencia con el otro que surge la posibilidad de hacer inter-
no, introyectar, representar. Por lo tanto, aquello vivido va siendo inscripto-
representado y va conformando un entramado representacional-identifica-
torio, que funcionará como soporte interno yoico. La pulsión de vida daría
cuenta de una función objetalizante, mientras que la pulsión de muerte
tiende siempre a la desligazón, lo que lleva a la función desobjetalizante.
Entonces, intentamos en transferencia contener y detener interpretativa-
mente los efectos de la pulsión de muerte que busca desamarrar la pulsión
del objeto y su representación, apalabrando los desbordes que surgen.
En nuestro medio, Schkolnik (2003) habla de transferencia negativa
vinculada a las patologías con predominio de lo arcaico, en donde se
encuentran las fallas en la fundación del psiquismo. Esto sucede en el or-
den de la represión originaria como constitutiva de la tópica psíquica. En
estos pacientes, la desmentida fundamental se da en relación con la an-
gustia de derrumbe, con lo cual quedan expuestos a su propia destructi-
vidad. Es así que estos pacientes intentan desesperadamente detener los
efectos de lo desligante pegoteándose, pero al mismo tiempo el temor por
la cercanía produce el terror a la pérdida identitaria. Es un desafío para el
terapeuta, su análisis personal y supervisión, para lograr desentramar tal
encrucijada. Nos encontramos casi en un callejón sin salida.
También en nuestro medio, Uriarte (2003) realiza una interesante
distinción entre transferencia negativa y transferencias de lo negativo. La
autora dice que cuando los sentimientos del amor y el odio se mantienen
moderados, es siempre posible trabajar con el conflicto abordable como
112
muestra de la ambivalencia, que habilita el trabajo de duelo y el conflicto
por el ingreso del tercero en el Edipo. Sin embargo, a veces la negatividad
desborda y los tratamientos fracasan y dan lugar a la reacción terapéu-
tica negativa. La violencia de las reivindicaciones, tanto amorosas como
de odio, hace pensar en el carácter demoníaco del retorno de lo mismo,
donde lo negativo desconocido, indecible para paciente y analista, resulta
inaccesible por los caminos analíticos habituales. La negativización de
la transferencia da cuenta de aquello que quedó excluido de un proceso
de simbolización primaria, escindido. Son situaciones en las que está en
juego el vínculo con un objeto fuertemente idealizado-odiado, encriptado
en un superyó sádico, imposible de satisfacer, que encierra al sujeto en
un circuito de repetición y muerte. Dice Uriarte (2003), entonces, que la
necesidad de castigo, el masoquismo moral y la destructividad no serían
más que lo manifiesto del hecho clínico, pero donde hay que intervenir
es en la profundidad, en las fallas del proceso de subjetivación, que, al
impedir la delimitación de un espacio psíquico propio, dejan al paciente
padeciendo y sufriendo.
Resulta enriquecedora esta posibilidad de pensar los avatares por
los que transitamos junto a Mónica. Ella es un pretexto para presentar a
los pacientes que en la clínica actual decimos que están en los bordes de
la analizabilidad. Aquellos casos que denominamos estados límite o bor-
derline, pacientes cuya impulsividad, trastornos de carácter y humor dan
cuenta de su inestabilidad. Que con defensas primitivas intentan salvarse
de angustias desbordantes y en quienes está facilitada una escisión yoica
en el intento de soportar el dolor psíquico. Que presentan la necesidad
de estar muy cerca, adentro, viviendo con-en el otro, casi como la única
forma posible de relacionarse, aunque los enloquece. Pero si se establece
cierta distancia —y el encuadre así la impone, indudablemente—, la frus-
tración es de una magnitud tal, que no permite que se continúe el proceso
de crecimiento.
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Volviendo a Mónica, podríamos pensar que con el acting que intenta
pretende procesar sus angustias de intrusión-separación de otro modo,
en la búsqueda de elaborar lo vivido en etapas muy tempranas; la búsque-
da de un espacio propio que no la deje en riesgo vital y en la calle. Porque
debemos reconocer también que crecer en análisis tiene su riesgo, ya
que, al irse logrando cierta distancia, la vivencia de soledad aparece con
intensidad desmedida y el espacio propuesto no resulta suficiente para
sostenerla. Lo arcaico, que retorna en transferencia como acting out, da
cuenta de lo más desligado en el psiquismo debido a déficits en el en-
cuentro con el otro primordial. Esto la confronta a sus angustias más pri-
marias, de las que se defiende intentando desmentir su vivencia de vacío,
desmintiendo asimismo su necesidad de encuentro libidinal.
Es posible que en la base se encuentre la desesperanza y el temor de
repetir el desencuentro temprano. Entonces, la ligazón tiene que ser he-
cha por el terapeuta en un intento libidinal y esperanzado de sostén, que
habilite a un funcionamiento psíquico y vital diferente para el paciente.
La repetición de lo mortífero que intenta ser contenido en el tratamiento
es un indicio en acto hacia una inscripción viable, para habilitar luego, en
otros momentos, retranscripciones posibles. En otro momento…
No es posible pensar en el cambio psíquico en tanto no haya un ana-
lista capaz de dar cuenta de él. Es así que la transferencia, negativa o
positiva, surge inconsciente en la pareja analítica. Nace, se desarrolla, se
construye y debe resolverse —o no se resuelve— entre los dos compo-
nentes de la escena analítica. Es inentendible si no se toma en cuenta la
historia de la pareja analítica desde los inicios del proceso.
La posibilidad de trabajo, entonces, parece depender de la tolerancia,
la sensibilidad y la captación de ese analista en particular. Del manejo de lo
contratransferencial para darle figurabilidad y lograr apalabrar lo no repre-
sentado en el psiquismo. Estas fallas en el narcisismo, por carencias prima-
rias, dan cuenta de un desencuentro temprano entre los cuidadores y los
114
requerimientos afectivos del infans, que llevan a angustias agónicas o de va-
cío, que predisponen al pasaje al acto. Es así que el material que el paciente
trae al setting analítico y los casos en que el compromiso de lo arcaico y lo
negativo desbordan lo discursivo ponen a prueba al terapeuta, solicitan su
contratransferencia, le exigen mayor compromiso desde lo personal. Quizás
es por eso que tantas veces oímos lo necesariamente artesanal del análisis.
Porque, como plantea Green (2008), «la meta del paciente es el efecto de su
comunicación más que la trasmisión del contenido» (p. 52).
§
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