LA SUPERVISIÓN PSICOANALÍTICA
COMO RIZOMA HUMANO
PSYCHOANALYTIC SUPERVISION
AS A HUMAN RHIZOME
A SUPERVISÃO PSICANALÍTICA
COMO RIZOMA HUMANO
Silvia Tejería
Asociación Uruguaya de Psicoterapia Psicoanalítica
Montevideo, Uruguay
Correo electrónico: silviatejeria@gmail.com
ORCID: 0000-0002-3268-7789
Equinoccio. Revista de psicoterapia psicoanalítica, 6(2), julio-diciembre 2025, pp. 123-139.
ISSN: 2730-4833 (papel), 2730-4957 (en línea). DOI: 10.53693/ERPPA/6.2.7.
Para citar este artículo / To reference this article / Para citar este artigo
TEJERÍA, S. (2025). La supervisión psicoanalítica como rizoma humano.
Equinoccio.
Revista de psicoterapia psicoanalítica, 6
(2), 123-139.
DOI: 10.53693/ERPPA/6.2.7
Creative Commons Reconocimiento 4.0 Internacional (CC BY 4.0)
Recibido: 3/7/2025
Aceptado: 19/9/2025
Submitted: 7/3/2025
Accepted: 9/19/2025
Recebido: 3/7/2025
Aceite: 19/9/2025
Resumen
Este artículo aborda la supervisión en psicoterapia psicoanalítica como un proce-
so que integra el análisis personal, la formación teórica y la elaboración de los senti-
mientos, emociones y pensamientos que los pacientes despiertan en el terapeuta en
formación. A partir del trabajo con una colega que inicia su práctica clínica, se explora
cómo la supervisión crea las condiciones necesarias para el ejercicio del psicoanálisis y
de la psicoterapia psicoanalítica. Una segunda línea de reexión se centra en la trans-
misión en psicoanálisis e interroga, a partir de un material clínico, el lugar de la teoría
en tensión con el modo de estar del terapeuta en el encuentro con sus pacientes. En
coincidencia con aquellos autores que sostienen que la formación del analista es más
experimental que cognitiva, se plantea que el objetivo central de la supervisión es el
desarrollo de los recursos internos del supervisando.
Palabras clave: supervisión, transmisión, imaginación, conanza.
Abstract
This article discusses supervision in psychoanalytic psychotherapy as a process
that integrates personal analysis, theoretical training, and the elaboration of the feelings,
emotions, and thoughts that patients evoke in the therapist-in-training. Drawing from
work with a colleague beginning her clinical practice, it explores how supervision
creates the necessary conditions for the practice of psychoanalysis and psychoanalytic
psychotherapy.
A second line of reection focuses on the transmission of psychoanalysis and
examines, through clinical material, the role of theory in tension with the therapist’s
way of being in the encounter with patients. In agreement with authors who argue that
the training of the analyst is more experiential than cognitive, it is proposed that the
central goal of supervision is the development of the supervisee’s internal resources.
Keywords: supervision, transmission, imagination, trust.
Resumo
Este artigo aborda a supervisão em psicoterapia psicanalítica como um processo que
integra a análise pessoal, a formação teórica e a elaboração dos sentimentos, emoções e
pensamentos que os pacientes despertam no terapeuta em formação. A partir do traba-
lho com uma colega que inicia sua prática clínica, explora-se como a supervisão cria as
condições necessárias para o exercício da psicanálise e da psicoterapia psicanalítica.
Uma segunda linha de reexão centra-se na transmissão em psicanálise e inter-
roga, a partir de um material clínico, o lugar da teoria em tensão com o modo de estar
do terapeuta no encontro com seus pacientes. Em concordância com os autores que
sustentam que a formação do analista é mais experimental do que cognitiva, propõe-
-se que o objetivo central da supervisão é o desenvolvimento dos recursos internos do
supervisionando.
Palavras-chave: supervisão, transmissão, imaginação, conança.
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INTRODUCCIÓN*1
Nuestra reexión sobre la supervisión psicoanalítica surge, en pri-
mer lugar, de lo trabajado con una colega que inicia su práctica clínica.
A lo largo de un proceso sostenido en el tiempo, observamos cómo se
van integrando en ella su análisis personal, la experiencia de la super-
visión, lo que va profundizando teóricamente y los sentimientos, emo-
ciones y pensamientos que le despiertan sus pacientes. Este es el pro-
ceso mediante el cual se crean las condiciones para el ejercicio tanto
del psicoanálisis como de la psicoterapia psicoanalítica. Encontramos
que la siguiente denición es el primer paso y la condición necesaria
para emprender la tarea:
En la supervisión es necesario un analista dispuesto a dejarse in-
terrogar por la clínica y a dirigir a otro esa pregunta aceptando las
limitaciones de su saber consciente, de sus sentimientos, dejándose
sorprender por la emergencia de lo inconsciente —que siempre tiene
las marcas de lo inesperado—, sin suturar las ausencias de signica-
do. (Rabinovich y Lloves, 2012, s. p.)
En segundo lugar, nos planteamos cuál es la losofía detrás del
modelo de supervisión que llevamos adelante, tomando en cuenta la
formación especíca que esta supone. La bibliografía consultada sobre
la supervisión psicoanalítica plantea que existen diferentes modelos
según si el énfasis del supervisor se focaliza en el tipo de interven-
ciones del analista, en el inconsciente de este o en el paciente; tam-
bién advierte sobre los riesgos de caer en posturas rígidas que obturan
el proceso del supervisando (Grinberg, 1986, apud Quirici y Restaino,
2012).
* La editora Leticia Pombo aprobó este artículo.
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Siguiendo con los aportes teóricos, la propuesta de la psicoanalista
uruguaya Beatriz Pereira sobre pensar la situación de supervisión, al
modo de la analítica, como un campo dinámico (Baranger, 1961, apud
Pereira, 2001) es un fundamento para hablar de la supervisión como
un rizoma humano. Dice ella:
La comprensión de una supervisión en particular no podría realizar-
se enfocando la mirada solo hacia el supervisor y su ideología o solo
al supervisando y sus dicultades o hacia el paciente y su psicopato-
logía, sino que se requiere la observación del campo que se estructu-
ra a partir de esa compleja relación. (Pereira, 2001, p. 325)
En nuestro caso, y a partir del material clínico aportado por los
colegas y de las dudas que estos les generan, nos detenemos en los as-
pectos teóricos y técnicos sin perder de vista los dinamismos propios
del paciente. Esta modalidad favorece el proceso de metabolización
del material aportado por el supervisando (Grinberg, 1986) y nos per-
mite responder creativamente frente a él. De esa manera, nos identi-
camos con lo sostenido por Grinberg (1986) sobre que «el aprendizaje
experiencial durante la supervisión es un proceso que ocurre tanto
en el estudiante como en el profesor, y que ambos se transforman en
observadores de una experiencia que los enriquece» (pp. 6-7).
Por último, nos detendremos en uno de los casos clínicos aportado
por la colega para interrogarnos por el lugar de la teoría en tensión
con la manera de estar del terapeuta en el encuentro con los pacientes
desde las conceptualizaciones de Winnicott y Bollas. La teoría de la
práctica que se desprende de los desarrollos teórico-clínicos de estos
y otros autores contemporáneos, así como aquellos que han teorizado
sobre la experiencia de la supervisión, han contribuido a ampliar los
canales desde donde escuchamos a los pacientes. Esa amplicación
de la escucha ha tenido su correlato en la manera de trabajar y en el
abanico de intervenciones psicoanalíticas que utilizamos.
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PUNTO DE PARTIDA: A AMBOS LADOS
DE LA GENERATIVIDAD
El secreto reside en la estabilidad, y la clave para la estabi-
lidad es la simplicidad.
Meltzer (1976, p. 21)
Compartir nuestra práctica como psicoterapeutas y supervisores
ante la mirada y escucha de otros con su caja de resonancia permite vol-
ver sobre esas experiencias con las dudas y temores que la exposición
supone, viviendo en carne propia los sentimientos de quienes vienen
a compartir su trabajo con nosotros durante la supervisión. El valor
de esta experiencia es resaltado por varios autores que han teorizado
sobre la supervisión en psicoanálisis, particularmente por Grinberg.
Él toma las investigaciones de Fleming y Benedeck, de 1996, quienes
postularon su teoría de la supervisión apoyándose en tres armacio-
nes. La primera es que la educación del analista es necesariamente
más experimental que cognitiva; la segunda se reere a que el objetivo
básico de la experiencia educativa es el desarrollo de sí mismo como
un instrumento analítico; y, por último, dicen que cada fase de su en-
trenamiento contribuye de diferentes maneras a ese objetivo básico
(Grinberg, 1986). Propongo cambiar la palabra entrenamiento por pre-
paración, en el sentido de proporcionar una cosa a alguien o hacer de
intermediario para que la consiga. Esta idea es más cercana a lo que
propone Nemas (2015) para la supervisión, al entenderla como un es-
pacio facilitador del aprendizaje más que una situación de enseñanza
y aprendizaje.
Nemas (2015) cuenta su experiencia con Meltzer cuando este visitó
Argentina y ella supervisó un material clínico con él. Recuerda que
decía: «En este momento de mi trabajo estoy más preocupado con nu-
trir y asistir los brotes de la mente que son capaces de pensar que en
desbrazar la maleza» (Nemas, 2015, p. 378). Para ella, Meltzer a la vez
que compartía su manera de concebir el método analítico, transmitía
su experiencia clínica, tomando el trabajo de análisis como un lugar
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de cuidado donde el paciente pudiera desarrollar el pensamiento sim-
bólico. Las inspiradoras palabras de Nemas (2015) me llevaron a volver
sobre lo trabajado con la colega y a reexionar sobre la tarea de la
supervisión y la transmisión en psicoanálisis desde la generatividad,
es decir, sobre el interés del supervisor de acompañar a las nuevas
generaciones a encontrar sus propias metáforas para el trabajo clínico
(Erickson, apud Grinberg, 1986).
La supervisión supone ofrecer un adecuado continente para las
ansiedades en juego de modo de favorecer el sostenimiento de ese
lugar de visibilidad. Para ello, es necesario organizar y ordenar la tarea
a través de un contrato de trabajo vehiculizado por un encuadre ade-
cuado y una frecuencia sostenida, que vayan deniendo la alianza de
trabajo.
Cuando nos detenemos en la especicidad de la tarea del super-
visor, así como cuando investigamos sus particularidades, vamos en-
contrando la razón detrás de las preguntas que hacemos acerca del
encuadre, la derivación, los sentimientos que despiertan los pacientes
y el impacto que sus historias nos provocan. Al supervisar vamos mos-
trando cómo pensamos, las dudas que nos surgen y es posible hablar
de las cosas que no sabemos. Escuchamos los puntos de vista del otro
e introducimos los nuestros, haciendo visibles aquellos funcionamien-
tos del paciente o del terapeuta o de la dupla, que no habían sido to-
mados en cuenta.
La pregunta por los sentimientos durante la sesión permite re-
exionar sobre lo que el paciente está transriendo y preguntarnos
por qué quiere que sintamos eso. En los dominios de la complejidad
en la que nos movemos, las soluciones a los problemas conducen a
que el tema esclarecido introduzca otros cuestionamientos y revele
problemas ulteriores (Bion, 1992). Desde esta postura, nos corremos
de pretender saber de antemano qué es lo que el otro está sintiendo
o por qué tiene determinados sufrimientos. Al supervisar, es esencial
transmitir que frente al paciente podemos tener una hoja de ruta, el
marco donde se desarrolla nuestra tarea, pero los caminos a tomar los
traza el otro.
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TRANSMISIÓN EN PSICOANÁLISIS I:
UNA MÁQUINA EN MOVIMIENTO
La pertenencia de nuestro quehacer al ámbito de la complejidad
me lleva a recurrir a la metáfora del rizoma como modelo tomado
de la naturaleza. La propuesta de Deleuze y Guattari (2012) permite
pensar en dimensiones, estraticaciones, agenciamientos y líneas de
fuga. De esa forma, nos corremos de las totalidades y los binarismos
para adentrarnos en el territorio de lo diverso propio de lo natural y
de lo humano. Con la metáfora del rizoma, podemos imaginar —en el
trabajo de supervisar— las mentes que conuyen, las del supervisor,
el supervisando, el terapeuta del supervisando y el paciente. A esto
habría que agregarle las transferencias en juego cuando hay institu-
ciones involucradas.
En este sentido, la supervisión deviene un espacio privilegiado
donde conuyen y se agencian, como en el rizoma, la clínica y las
teorías, los códigos con los cuales pensamos el sufrimiento psíquico
en psicoanálisis. Como plantea Grinberg (1986), esa integración es jus-
tamente uno de los objetivos más importantes de la supervisión. Ante
el apremio de entender, el supervisando encuentra que su trabajo se
puede ver enriquecido por el estudio de las teorías que otros elabora-
ron con anterioridad frente a desafíos clínicos similares. Los aportes
teóricos surgen naturalmente del trabajo de supervisión y son con-
sustanciales a él. Al tomar contacto con las teorías y con las prácticas
que de ellas se desprenden se puede ir ampliando la capacidad de
acoger las historias de los pacientes. En una entrevista (Bonaminio,
2007), Bollas argumenta a favor de un pluralismo teórico que lleva a
que en el preconsciente del analista se almacenen múltiples modelos
de la mente y el comportamiento para ser activados en el trabajo con
un paciente en particular, haciendo más efectivo el trabajo de análisis.
También el movimiento propio del rizoma nos evoca la idea de
cambio en psicoanálisis, como una constante que atraviesa las teorías
y la concepción que tenemos del malestar de los pacientes. Tomando
las conceptualizaciones de Balint y Winnicott, entre otros autores,
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Green (1990) plantea que «No hay cambio salvo en tanto el analista
pueda comprenderlo y dar razón de él» (p. 51), y agrega que los cam-
bios del lado de los pacientes están subordinados a los cambios de
sensibilidad y de percepción en el analista. En tal sentido, recuerdo un
ejemplo: al inicio, una colega mostraba indiferencia ante la violencia
familiar relatada por su paciente; pero, tras acercarle bibliografía sobre
la contratransferencia en estos casos, observamos cómo en otro caso,
que trajo a la supervisión, un tiempo después, se había producido un
movimiento que la llevaba a comunicar que iba a llevar a su análisis lo
que estaba sintiendo. Vemos surgir la autoobservación, imprescindible
para el desarrollo de la disociación instrumental y su uso en el trabajo
del psicoterapeuta. Identicada con un trabajo en psicoanálisis desde
donde quería seguir formándose, comenzaba a darse cuenta de las di-
ferentes capas que nos atraviesan y que, si podemos reconocer y poner
a trabajar, vienen a ampliar nuestra comprensión.
Trasladar el funcionamiento rizomático a la tarea de la supervi-
sión permite hablar de las potencialidades que surgen del trabajo con-
junto. Tampoco el rizoma tiene comienzos o nales, solo medios. Los
lósofos toman el ejemplo de la abeja que se alimenta de la or y se
aleja para polinizar otros territorios y se preguntan cuánto hay de or
y cuánto de abeja. Imposible saberlo y tampoco importa, ambas hacen
a la máquina inconsciente que se mueve.
Desde la metáfora de la polinización también nos imaginamos el
tipo de huellas inconscientes que dejan los encuentros con las perso-
nas y los objetos del mundo. Esas marcas van dejando en el psiquismo
un léxico psicosomático personal desde el cual traducimos el mundo,
como plantea Bollas (1994). El modelo del funcionamiento mental que
propone este autor, nos ha sido útil en el trabajo con la colega para
referirnos a la singularidad personal y cultural de los pacientes y al
modo de estar del terapeuta en las sesiones. En el trabajo clínico se
intenta captar ese lenguaje estético e íntimo a través de las imágenes,
sentimientos e ideas que el paciente nos evoca y donde subrayamos
el papel que juega la identicación proyectiva del analista, mecanis-
mo que está en la base de la empatía y la intuición y desde el cual
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intentamos «captar la onda» (Bollas, 2013, p. 41) que atraviesa el relato
de los pacientes.
TRANSMISIÓN EN PSICOANÁLISIS II:
UNA POLÍTICA DE CUIDADO
Entiendo que la propuesta de Meltzer dialoga con lo que propone
Najmanovich (2019) cuando dice, desde el ámbito de la epistemología,
que en la actualidad es necesario pasar del cuidado como política a
una política del cuidado. El ejercicio como analistas y como superviso-
res nos coloca en una posición de ayudar a encontrar el sentido y hace
de nuestra tarea un factor de prevención.
Como herederos de una rica tradición en psicoterapia psicoanalí-
tica, nos interesa investigar sobre los desarrollos teórico-clínicos más
apropiados para aliviar el sufrimiento psíquico. Nuestra concepción
sobre la cura es inseparable de la concepción sobre la salud y la enfer-
medad; además, somos responsables como técnicos de ofrecer a nues-
tros pacientes lo mejor posible en las condiciones concretas dadas.
Desde este posicionamiento, son muchos los desafíos y las res-
ponsabilidades que se nos presentan al acompañar a un novel super-
visando. Es necesario tomar en cuenta a la persona del supervisando,
pero también el momento sociocultural actual y los cambios que se
han venido dando en la clínica. ¿Qué pasa cuando los pacientes llegan
a través de las redes sociales y no hay ningún parámetro para pensar
la derivación o los honorarios? ¿Y frente a colegas exigidos y someti-
dos por las condiciones que ponen los prestadores de salud? Cuando
la práctica se da en otros puntos del territorio nacional que no son
Montevideo, ¿qué otras variables entran a jugar?
A nuestros supervisandos se les agrega lo propio de la época en que
les toca emprender el ejercicio laboral. Ante psiquismos fragilizados,
¿cómo transmitir la necesidad de un trabajo sobre áreas de funciona-
miento más cercanas a la consciencia y al yo, que vayan posibilitan-
do paulatinamente un análisis a otras profundidades? La propuesta
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meltzeriana sobre trabajar con los brotes sanos, más que con los nau-
fragios del psiquismo, se colma de signicados.
El marco de nuestro quehacer como supervisores y los ritmos de
trabajo van introduciendo al supervisando en aquellos aspectos del
método psicoanalítico que son necesarios para desarrollar la tarea de
psicoterapeuta. Detenerse sobre la tarea de supervisor psicoanalítico
supone también, volver sobre lo contracultural de nuestra tarea, es
decir, buscar el sentido en un mundo signado por la aceleración y la
incertidumbre. Parar, poner la pausa, darse un tiempo para volver so-
bre lo vivido forma parte de la transmisión en psicoanálisis.
EL LUGAR DE LA PREGUNTA
Cuando le preguntamos al supervisando por qué le dijo al pacien-
te determinada cosa, la pregunta se vuelve un puente que conduce
hacia otra comprensión del paciente y de sí mismo como terapeuta.
¿Cómo entender los cambios en la sensibilidad y en la manera de per-
cibir durante la supervisión?
La articulación entre la pregunta, la escucha empática y la modu-
lación emocional (Bleichmar, 1997) es una línea desde donde pensar
el desarrollo de los recursos internos del supervisando y de sí mismo
como instrumento analítico (Grinberg, 1986). A través de la supervi-
sión, aquellos terapeutas que empiezan su práctica clínica comienzan
a darles un lugar a las emociones y al vinculo terapéutico, matizando
lo aprendido teóricamente en la formación universitaria. En este pun-
to es necesario transmitir la tensión entre lo teórico de la formación,
la subjetividad del terapeuta y lo novedoso y potencial que se va a
construir en el encuentro paciente-terapeuta.
Bajo este paradigma de la intersubjetividad, acompañamos la
propuesta de Bleichmar (1997) acerca de la modulación emocional como
aquel entonamiento emocional del terapeuta que reubica la respuesta
terapéutica desde la empatía y las emociones, modulado por el tipo
de paciente. En eso reside la fuerza del vínculo empático y la potencia
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del deseo producto de las identicaciones que se van dando en el in-
tercambio paciente-terapeuta. Este autor nos recuerda la importancia
de las inscripciones en la memoria procedimental del paciente de las
nuevas formas de sentir y actuar a partir del vínculo intersubjetivo.
En una oportunidad, la colega trajo a la supervisión las dicultades
que habían surgido en su trabajo con una adolescente. Era necesario
proteger el espacio analítico sin revictimizar y sin generar intromisio-
nes que suponían riesgos mayores para ella. Por la fragilidad psíquica,
veíamos con dicultad que pudiera sostener ciertos movimientos de
no mediar un trabajo terapéutico previo. A medida que el tratamiento
fue avanzando, la joven comenzó a hacer pequeños cambios subje-
tivos y de los lugares que ocupaba, y la terapeuta pudo apreciar su
contribución en tal proceso. Algo que no estaba previsto de antemano
comenzaba a desarrollarse a ambos lados de la dupla. En el caso de
esta adolescente, la posibilidad de ser escuchada le dio la oportunidad
de ver los efectos que sobre sí misma tenía el accionar de los adultos y
de encontrar los recursos necesarios para modicarlos.
La escucha empática y la intuición son recursos que guían nues-
tro accionar como psicoterapeutas. La escucha empática podemos en-
tenderla, desde Winnicott (Rodman, 1990), como el gesto espontáneo
del terapeuta que se adapta a las necesidades del paciente y deja que
emerja su self más genuino; la escucha empática, al reejar las nece-
sidades del paciente, se transforma en un momento sagrado (Winnicott,
1993a) y en una oportunidad para el paciente de ser escuchado en su
singularidad. Por esa razón, las intervenciones del analista durante
la sesión tienen valor si el paciente puede reconocerlas como resto
de lo que vivió en realidad. Cuando esas intervenciones que tocan el
resto vivencial ocurren en los primeros encuentros, esa captación del
analista tiene efectos en la conanza y el paciente empieza a hablar
de esos sufrimientos que arrastra por años y sobre los que no había
podido pensar.
En estos meses de trabajo con la colega pude observar el efec-
to amplicador del recurso de la pregunta mediante el cual se abría
una alternativa diferente a la presión que supone tener las respuestas
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teóricas acerca del paciente. Cuando, en un caso que supervisábamos,
pudo darse cuenta de que con su intervención interrumpía el ujo
simbolizante de las asociaciones libres de su paciente que se pregun-
taba acerca de lo difícil que era entender lo que a ella le sucedía, vi-
mos surgir lo novedoso y empático en sí misma y para el futuro de su
trabajo como terapeuta. Cuando se puede sostener la pregunta que
el paciente se está haciendo sobre lo que le sucede, se le da lugar al
proceso inconsciente de pensamiento que impulsa tales preguntas, un
discurso inconsciente rico y complejo, atravesado por muchas líneas
de pensamientos que no remiten solamente a los contenidos sexuales
y agresivos reprimidos (Bollas, 2013).
ENIGMAS Y SILENCIO
Llegamos a la verdad cuando llegamos al ombligo que im-
pide alcanzarla.
Rodulfo (2009, p. 62)
Los sentimientos de la colega frente a una adolescente silenciosa
nos llevaron a reexionar sobre el uso del silencio por el paciente en
psicoanálisis. A partir de Winnicott (1993b) y de la clínica con niños y
adolescentes, entendemos que la no comunicación es un derecho del
paciente con valor estructurante y terapéutico desde la primera in-
fancia, donde «el infante puede descubrir su vida personal exclusiva-
mente cuando está solo, es decir solo en presencia de alguien» (p. 42).
El valor de estas ideas de Winnicott, que se extienden desde el vínculo
del infante con su madre al vínculo terapéutico, son resaltadas por
Rodulfo (2009), quien plantea que detrás de estas conceptualizaciones
winnicottianas encontramos una auténtica ética dirigida a «detenerse
en el borde, a saber dónde detenerse y guardar silencio sin la cual nin-
guna singularidad subjetiva puede sobrevivir» (p. 60).
Si tomamos el relato que hace la colega de sus pensamientos
frente a una paciente que suele permanecer largos ratos en silencio,
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observamos cómo a través de lo imaginativo —término que permite
captar la dimensión constituyente, dinámica y creativa que tiene la
fantasía en Winnicott (Rodulfo, 2009)— pudo comprender y tomar
contacto con afectos que la paciente no estaba pudiendo expresar con
palabras. Se conjugaban su captación empática y el conocimiento que
tiene de la historia del tratamiento y de la paciente, que ha dicho que
las mujeres de su familia «saben que hay cosas de las que es mejor no
hablar». La colega, impactada por la violencia de estos mandatos, traía
su preocupación por el vínculo de pareja de la joven, dominado por la
repetición de los sometimientos a los que estaba habituada en lo fami-
liar. En esa oportunidad, escribir la ayudó a tolerar los silencios mien-
tras se tomaba el tiempo necesario para entender. ¿Estaba la paciente
tratando de comunicar algo que en general no podía expresar con su
voz bajita? ¿Sus dicultades para hablar y hacerse oír tenían que ver
con un entorno familiar que no escuchaba?
Luego de algunos meses, la colega hablaba de personalizar el traba-
jo con los pacientes, idea que tenía su origen en la observación de sí
misma y de las diferentes asociaciones que le evocaban sus pacientes
como reejo del campo transferencial que cada uno de ellos generaba.
Y, de la mano de lo anterior, comprendía que para poder acompañar
los sufrimientos del paciente se necesita descubrir cuáles son los enig-
mas que lo atraviesan. Esa intuición de lo indeterminado y multidi-
mensional, que se estaba jugando en el uso que la paciente estaba
haciendo del silencio, abre un compás de espera para las interpreta-
ciones (Grinberg, 1986). En su lugar, pudo crear un ambiente facilitador
(Winnicott, 1993b) y cuidar el clima de las sesiones, donde el silencio
compartido inaugurara un diálogo respetuoso de los ritmos persona-
les y una comunicación verdadera donde pudiera advenir la sensación
de ser real de la paciente (Winnicott, 1993b). Con un enunciado acerca
de las dicultades para hablar, la terapeuta relanza las asociaciones
singulares de la paciente, que empiezan a crear una historia propia y
diferente a las de otras mujeres de su familia, con toda la potencia que
ese valor de realidad personal puede tener para sí misma. Al alojarse
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en esas experiencias sin palabras de la paciente, pudo escuchar otros
registros subjetivos donde lo verbal no resulta suciente.
Según Bollas (1994), puede llevar mucho tiempo captar desde el
cambiante coro de captación psíquica lo que el paciente está tratando de
comunicar cuando falta la palabra. Este aspecto no pasó inadvertido
para nuestra colega, que fue generando un clima cuidadoso de lo más
íntimo de la paciente.
Vemos lo terapéutico y estructurante de la superposición (Winnicott,
1971) de las actividades psíquicas de ambas cuando el proceso terapéu-
tico se continúa en el tiempo y la paciente puede permitirse estar sola
en presencia de una terapeuta que no le exige nada. Paradojalmente,
este uso del espacio del análisis contribuye al desarrollo del ambiente
interno de la paciente (Winnicott, 1993a), desde donde puede pensar lo
que le sucede.
Meltzer (1976) sostiene que el secreto de nuestro trabajo reside
en la estabilidad y que la clave para esta es la simplicidad. A ello po-
dríamos añadir la preocupación por el otro desde la espontaneidad
y la respuesta total del analista (Little, 2017), con su historia perso-
nal consciente e inconsciente, en donde se entretejen sus fantasías
y acontecimientos de la vida. La artesanía del trabajo no es arte, sino
captación de las necesidades del yo del paciente. Se trata de una labor
de borde donde, procurando no ser intrusivos, nos dejamos atravesar
por los diferentes sentimientos que el paciente nos inspira.
LA CONVERSACIÓN PSICOANALÍTICA DURANTE LA
SUPERVISIÓN Y EL DESARROLLO DE LA ACTITUD
PROFESIONAL
Al poner sus ideas y sentimientos a trabajar en benecio y com-
prensión de sus pacientes, vemos cómo la colega va congurando y
desarrollando su actitud profesional (Winnicott, 1993b). Consideramos
que esta construcción se produce en paralelo al fortalecimiento de su
yo de psicoterapeuta producto del entretejido entre la supervisión, el
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análisis personal y la profundización en las diferentes teorías. De esa
forma, la supervisión, al igual que el análisis, se vuelve práctica en-
carnada, un encuadre interno (Green, 2005) sostenido en la amalgama
de procesos identicatorios, emocionales e intelectuales que necesi-
tan de tiempo, gradualidad y conanza en el devenir compartido de
la experiencia. A través de este tipo particular de aprendizaje, se va
incorporando un modo de hacer y de investigar los procesos anímicos,
«los cuales son apenas accesibles de otro modo», como plantea Freud
(1943, p. 241) en la denición del psicoanálisis.
Las preguntas que nos guían en esa investigación podrían ser las
que propone Bernardi (1994) cuando dice que «para poder conocer, el
clínico se hace una triple pregunta: ¿qué le ocurre al paciente?, ¿a qué
se debe lo que le ocurre? y ¿cómo se mejora?» (p. 24). A esto podría-
mos agregar, desde las conceptualizaciones en las que nos estamos
apoyando, la pregunta por las necesidades del paciente en el marco
de la experiencia analítica. Cuando trasladamos estas interrogantes
al ámbito de la supervisión, esta se congura como un espacio privile-
giado para abordarlas, al permitir reexionar desde una epistemología
contemporánea que, a la vez que resguarda los conceptos fundamen-
tales acerca del funcionamiento psíquico, incorpora nuevos modelos
de inteligibilidad sobre la formación de la psique, la constitución del
sujeto y los cambios en la subjetividad propios de cada momento his-
tórico (Bleichmar, 2004).
La alianza de trabajo durante la supervisión nos brinda la posibi-
lidad de conversar sobre el impacto subjetivo de las historias de los
pacientes y en cuáles serían las estrategias terapéuticas que pueden
ayudarlos. La supervisión se convierte, así, en un espacio donde tam-
bién pensar sobre los ideales, las lógicas y los malestares epocales
ante la constatación de las fallas en la disponibilidad responsable de
las instituciones, desde el Estado, las familias, la escuela, los sistemas
de asistencia de la salud, etcétera.
¿Qué lugar le damos, en el ámbito de la supervisión, al impacto en
los individuos de un sistema económico y social que genera precarie-
dad? ¿Cómo tramitamos la exigencia de dar respuestas individuales
138
La supervisión psicoanalítica como rizoma humano
Silvia Tejería
a problemas estructurales? Sin perder de vista los criterios cientícos
del psicoanálisis, la apertura a estas cuestiones en las conversaciones
que se dan en el ámbito de la supervisión amplía la capacidad de aco-
ger el sufrimiento de los pacientes, que no siempre se expresa como
conictos intrapsíquicos, sino también como problemas de su vida co-
tidiana. Coincidimos con Viñar (2018) cuando expresa que la supervi-
sión, entre otras instancias profesionales, es un ámbito de saludable
revancha frente a la soledad del analista y su fragilidad en la sesión, un
espacio de seguridad y conanza que nos acompaña en el devenir del
ejercicio profesional.
* * *
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